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  La cuestión Joánica 02-02-2025 01:04 (UTC)
   
 

LA CUESTIÓN JOÁNICA

Philippe Vielahuer
Teólogo Protestante Alemán (1991)

Si logramos entender que es lo que pretende el cuarto evangelio, sabremos lo que fue realmente el cristianismo primitivo. Esta constatación que C. Dodds imprimió en 1936 viene a resumir los resultados de una labor investigadora que ha durado más de un siglo; el Evangelio de Juan se ha ido revelando, cada vez más, como el verdadero enigma del cristianismo primitivo.

Nos limitaremos a caracterizar brevemente los temas más importantes que siguen debatiéndose en nuestros días.

 

El más antiguo de dichos temas es la mal llamada cuestión de la autenticidad, es decir el problema de si el autor del cuarto evangelio es o no Juan, el hizo de Zebedeo. Esta cuestión se debatió durante gran parte de los siglos XIX y XX, bajo el título inadecuado de cuestión joánica, pero remonta al siglo II, donde este evangelio fue aceptado en el canon bíblico como obra de Juan, el hijo de Zebedeo, como procedente de un apóstol.

El libro no abona en absoluto esta pretensión ni siquiera leyendo entre líneas. Se ignora cual fue el origen de esta tesis sobre la paternidad apostólica del libro.  Aparece por primera vez en Ireneo (180 d.C.), que la considera como un legado tradicional y la defiende con ardor.

El origen joánico del libro fue un tema debatido en su tiempo e incluso posteriormente, a principios del siglo III en ciertos medios eclesiásticos. La ocasión del debate fue la gran estima y el uso que los montanistas y algunos círculos gnósticos hicieron del cuarto evangelio, pero su base real fue el hecho de que la tesis de la composición apostólica de Jn era dudosa y de fecha reciente.

La tesis se impuso, sin embargo, y desde mediados del siglo III hasta finales del XVIII y comienzos del XIX no fue ya objeto de discusión. Se reconoció en verdad la singularidad de Jn frente a los otros tres evangelios, pero esta diferencia se valoró en sentido positivo: Jn era superior al resto de los evangelios por su carácter de "evangelio pneumático" (Orígenes) o del "único y principal evangelio" (Lutero).

Cuando la investigación histórica empezó en los siglos XVIII y XIX a examinar críticamente los evangelios como fuentes para la reconstrucción de la vida de Jesús, la diferencia entre Jn y los Sinópticos dio pie a la pregunta sobre cual de ellos poseía más valor como fuente histórica.

La cuestión se planteó en un principio como problema sobre la autoría. Si el autor de Jn era el hijo de Zebedeo y "un apóstol", el libro debía considerarse como relato de un testigo presencial, seguro y "auténtico". Pero tal argumento no aclaraba nada puesto que también Mt era, según la tradición eclesiática, el relato de un testigo presencial, seguro y "auténtico".

La fascinación que Jn ejerció siempre, le granjeó, sin embargo una preponderancia sobre Mt y sobre la superioridad numérica del resto de los Sinópticos. En este sentido se pronunciaron tanto Schlerermacher como los teólogos conservadores de ambas contensiones y esto explica la pasión con que se defendió la autoría del hijo de Zebedeo cuando fue cuestionada. 

Tras algunos antecedentes la primera crítica con serios argumentos contra la autoría del cuarto evangelio se produjo en 1820 pro obra de K. G. Bietschneider. Este autor señaló la incompatibilidad de la exposición joánica de la doctrina de Jesús con la sinóptica; la ausencia de elementos judíos en Jn y lo tardío de los testimonios sobre su autor.

En 1844 y 1847 F.C. Baur continuó esta crítica en una línea radical, pero la situó en un plano superior indagando la orientación espiritual de Jn y su influencia en la historia del cristianismo primitivo. Baur llegó a la conclusión de que Jn "no pretende ser un evangelio histórico en sentido estricto, sino que subordina su contenido histórico a una idea general" y que el escrito ha de situarse históricamente en la fase final de la dialéctica entre el judeo y el paganocristianismo (segunda mitad del siglo II).

Baur ofreció con este planteamiento, no con sus soluciones, una alternativa positiva a la cuestión de la "autenticidad" y señaló el camino a la investigación histórica del cuarto evangelio. 

Pero esta investigación avanzó poco durante los primeros decenios, porque los defensores a ultranza de la tradición la encauzaron por la via superflua y estéril, aunque voluminosa respecto a la masa del papel impreso del "debate sobre la autenticidad".

Solo cuando se fue abriendo camino a la teoría de las dos fuentes y, sobre todo, al reconocerse la prioridad de Mr fue posible relanzar la investigación histórica de Jn en la línea iniciada por Baur.

El estudioso que actualmente, por las razones que sean se cree en la obligación de salvar la autoría del hijo de Zebedeo lo hace sin el apasionamiento de otros tiempos y con mucha mayor cautela, limitándose a afirmar que el texto de Jn conserva algunos recuerdos que ofrecen mayor garantía que los Sinópticos (postura que no requiere la reivindicación de la autoría del hijo de Zebedeo sino simplemente un método histórico riguroso).

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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